martedì, settembre 05, 2006

La bodhisattva me volvió a mirar con sus ojos compasivos

En un fragmento de un propósito, me encuentro de nuevo ante todo el infinito frente a mis narices. Cada espacio que ocupo se regenera de igual manera en el infinito, así infinitas veces, para mantener su escencia inabarcable. Así entonces me inundan con gotas sutiles de memoria y pensamiento, cada uno de los instantes presentes. Conciencia de ser y estar desde antes hasta ahora, mezclada con una melancolía por los recuerdos que se han ido almacenando, me propone un análisis de el espacio, el tiempo, nuestra situación expresada por un 6, el número de todo lo que existe. De nuestra carrera o nuestro papel de relleno en la estructura cíclica del tiempo, como los instantes que vienen incesantes, contínuos, pero siendo siempre el mismo instante bajo percepciones de duración variables, y el espacio como todo aquel espacio donde estamos, ¿y dónde estamos?

Permítanme que lo que mencione a continuación permanezca en cada uno de los que lo lea como una proposición. Puede ser cuestionada, reformulada, pero el mérito más grande sería que permanezca como un elemento conciente, porque hoy en día, la acelerada carrera de.. ¿de quién? ¿de todos? ¿de los líderes? ¿de los gobernantes? ¿de la economía? ¿del progreso o la globalización? la ignora, la destruye, la hunde en la noche de los hombres como algo que ya no existirá más. Hago referencia a todo aquello nombrado bellamente como anima loci. La traducción literal del término es: alma del lugar, aquello logrado a través de la armonía de varios elementos en un lugar geográfico determinado, la magia inherente o natural de muchos lugares particulares repartidos a todo lo ancho y largo del mundo.

Si alguien ha logrado experimentar la fuerza del paisaje, la armonía de la naturaleza, la amplitud de la tierra, puede que más de alguna vez le haya cruzado por la mente esta misma idea que a mí: la tierra no está diseñada a escala humana. Desiertos vastos en cada continente, pudiendo exceptuar a Europa, Montañas y cordilleras que se extienden muchisimo más allá de donde llega la vista, terrenos de bosque, selva, thundra, campos de siembra, o simplemente, campo abierto en cualquier dirección, oceanos abarcables solo por aeronaves o barcos con grandes sistemas de propusión, cielo azul y nubes blancas de día y espacio oscuro, salpicado de estrellas de noche, esto y muchísimos fenómenos y maravillas más extendidas sobre platos de tierra, o roca flotando sobre miles de millones o billones de litros de lava y magma ardiente. Los hemos nombrado continentes por nuestra conveniencia, por historia y mitología, pero, ¿porqué existe esa imposibilidad todos los días de despertar y darnos cuenta de que así como nosotros poseemos un organismo y vivimos, así la tierra es un organismo gigantesco, poderoso y vivo desde hace quien sabe cuanto tiempo ya? Y no nada más eso, sino que forma también parte de un conjunto ordenado que es el cosmos, el universo en expansión formado por galaxias y estrellas y espacio aún más innabarcable. Cada segundo de nuestros instantes de vida, estamos en una alocada carrera con todo el sistema solar a través de nuestra propia galaxia, a traves del universo. Si guardamos un instante de verdadero silencio, podemos visualizar parte de esa magnitud y su orden que ha tenido, desde hace siglos, todo permanece sereno, cambiante pero hacia delante, o hacia arriba, o hacia adentro, como no lo muestran los arboles, las plantas, las estrellas. Aquí ya siento que he empezado a nombrar en donde estamos.

Moldeado pues el mundo por gigantes, nos paramos en sus hombros sin darnos cuenta, peor aún, damos todo por hecho. Como si no importara poner en riesgo un futuro (que el futuro es real, es una dimensión del presente que se realiza después de que el pasado quedó atrás, todo depende de cómo se mida, segundos, minutos, días, horas, o eventualidades galácticas) nos damos un banquete en la zona de sacrificio que hemos hecho de nuestro planeta. Los líderes populares, aquellos quienes tienen cargos públicos y por lo tanto poseen la capacidad de actuar y que sus actos tengan efecto a gran escala, en su mayoría les da igual apostar los recursos hasta que alguna catástrofe natural cae sobre sus cabezas, aunque a veces no sea suficiente. Y todo por los sucios fines de lucro, porque en verdad no tiene explicación alguna el patentar la biodiversidad. Finalmente pareciera que la tierra se está limpiando, rascándose y exfoliándose ese escozor que le hemos provocado en su corteza. Bien ganado que nos lo tenemos. Reproduciéndonos a una velocidad similar a la de los conejos, multiplicando esófagos, reclaman muchos su supuesto derecho legítimo de explotar a sus semejantes y a la naturaleza.

Quiero imaginar entonces un renacimiento de las anima loci de todos los rincones mágicos de la tierra. Claro, el principal protagonista tenía que ser el tempestuoso señor Ehécatl en su manifestación más devastadora: Señor huracán. Cuando las radiaciones solares hayan alcanzado el punto en que empiecen a freir los sistemas satelitales tal vez encontraré el alivio que tantas veces deseo de saber que los programas manipuladores de nuestra televisión nacional (lease lex televisa) van poco a poco, y de manera irremediable como la extinción de especies, desapareciendo. La bolita mágica del PAN ya no servirá para dar las predicciones que tiene planeadas para el 2030, creo que para el 2010 serán tantas las fallas del sistema, que el sistema vivirá sus últimos días, claro, si es que llega hasta entonces.

domenica, settembre 03, 2006

¿Quién fundó Chicontepec?

vino, mujeres y baraja
que la vida se me está acabando
Anónimo llanero del siglo XX


Chicontepec es un lugar en la huasteca Veracruzana. Cercano a Hidalgo, dividido sólamente por la continuidad de cerros que crean arroyos sinuosos, centenares de pueblos, sobrevivientes que mascan maíz y se aferran a sus huesos para hacerle la batalla a la vida. Quien sabe, tal vez batalla a la muerte.

Dicen algunos que recorrieron Chicontepec hace más de 50 años que ese pueblo, fundado en la cima de un cerro, inaccesible en aquél entonces, pudo haber sido fundado por algún matón que no quería ser encontrado. ¡Y para que rodearse entonces de multitud! Pasa por mi mente mi amigo que me hizo saber que los indígenas, desde antaño, vivían en los cerros, no en los llanos. Matones, hacedores de viudas, que abundaban entonces, con el revolver listo bajo el jorongo, con el disparo a flor de labios (pues cualquier palabra podía tomarse como provocación directa, motivo para soltar los humos de la pólvora) ahora son los propietarios de las casas más grandes que se encaraman en las partes más encrespadas del cerro.

Chicontepec hoy, con caminos estrechos para automóviles y camiones, recibe aquellas cosas que trae esa máquina del hombre, que devora tradiciones y riquezas naturales para excretar progreso. Los indígenas, cada vez más pequeños por la reducción de nutrientes de su dieta, recorren con sus piernas robustas, para arriba y para abajo el pueblo, con la intención de vender su cosecha, y tal vez comprar cigarrillos, un tamal, o alguna de esas fantasías de la modernidad, adornadas con oropel y brillantina. Veo a las mujéres indígenas vendiendo el trabajo de sus días por unos pesos que me suenan simbólicos, veo deshacerse esa tradición al contemplar a las generaciones que vienen hablando español y desdeñando el náhuatl. Doy una funesta predicción de que para el 2020, ya no habrá más indios santos caminando en prendas blancas de algodón, color de nube.

Adios Chicontepec, lejos estoy ahora de tu bar Cosmos, donde atiende el trasvesti Giovanni. Ella, él, es una mujer atrapada en cuerpo de hombre que es apoyada por la matrona que durante más de 40 años ha sacado adelante a mujeres solas, vendiendo comida, vendiendo abarrotes.

Mientras haya tamal de zacahuil, habrá esperanza. (o al menos estómagos satisfechos)