¡Qué espléndido lugar el de Potalaka de los Mares del Sur! La aguja rocosa del pico de la montaña se asejmejaba a un cuchillo que cortaba limpiamente el espacio. En ella crecían miles de flores exóticas y más de cien clases de hierbas sagradas. El viento sacudía a los árboles mientras el sol reverberaba en los lotos sagrados. El Templo de Kwang-Ing aparecía cubierto de baldosines multicolores. Frente a la Caverna del Sonido de la Marea habían sido esparcidos incontables caparazones de tortuga. En su interior, a la sombra de los sauces, cantaban los loros, los pavos reales les respondían, escondidos entre el bambú. Los guerreros encargados de defender tan paradisíaco lugar se encontraban apostados tras las rocas. Entre ellos sobresalía, solemne y heróico, Moksa, siempre atento ante un mar de colarina.
- Viaje al Oeste. Cap. XVII pag.426...
domenica, maggio 07, 2006
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