domenica, giugno 04, 2006

Me gustan las nubes... mucho

Veamos el fin de un domingo 4 de junio de 2006: apresuróse entre las montañas nubladas del sur de la ciudad, se esfumó como espejismo ante un hombre sediento, y ahí, donde más hacía falta el calor de una mano conocida, se encontraba solamente con el frio suspiro de un viento que juega con la ciudad, que la contempla, que mira sus miserias y sus truinfos, ¡¡ay cuántas veces he querido ser viento!!!

Ok, bebimos ya un poco más de perspectiva. Espuma, líquido rubio que moja los labios, timidez facial fácilmente descompuesta con el vacilar de los vasos capilares vaciándose por el súbito arranque de adrenalina, el rostro más blanco, las manos más frías, contacto con el metal, el tacto dice: aluminio de lata de cerveza, ok… viernes en la noche, noche noche oscura afuera, adentro, las bondades de la luz y el metal, conversaciones lubricadas por 3, luego 6 botellas de vino, un toque hartamente necesitado, más fritao, joder, ya no hay hierbabuena entre nosotros. La hierba del vecino será siempre la más buena. Vecino invíteme a comer, hoy no vecino porque no tengo nada más que chilacayotes y no los he cocido. Ok.

Proyecto proyectándose cada vez que me proyecto, ok simple acto de reconocimiento. Estamos anticipándonos, pero porqué sabe todo tan melancólico. Ok, ya lo sabías, ya lo habías contemplado y entendido desde hace varios días, desde tu misma ventana. Digamos que te aproximas a ella para tratar de anticipar el día, nada más porque quieres interpretar la luz del sol, te sientes augur posmoderno, un etrusco que se fue al espacio a velocidad luz unos cuantos años y regresó para darse cuenta que en su nación extinta y en ruinas, ya no hay nada, que empiezan a tejer un rebozo de trozos dispersos de su gente y sus vidas por un arte llamada ciencia, que varios artesanos han ido reuniendo retazos del pasado y te la presentan en un libro, en uno de esos que solo se usaban para predecir los hechos según los caprichos de los dioses, ahora vez el porqué tu pueblo está en las sombras. Destinado a ser trazos contrastantes: negro sobre blanco y ahí tus recuerdos otra vez. Eres un etrusco demasiado extraviado en esta guerra de soldados blancos que se asoman por las bocas de los hombres y mujeres que dominan las calles. ¡ay terror! Me volviste a dar. Bocas sonrientes de candidatos deficientes. Pero ¡hey! Te desviaste demasiado tan solo por querer hacer una aproximación a la experiencia de olfatear el aire húmedo que percibes desde tu ventana. Segundo piso, ventana amplia con vista a un jardín llovido, mojado desde hace días, ¿desde hace cuantos? Ok, desde hace más de 4… el ¿martes? El martes ya estaba llovido, el martes mencionaste como broma, como acertijo, como enseñanza, como máxima: Es un día en que todo el día son las 4 de la tarde, pero hasta hoy domingo te diste cuenta que estabas 3 horas adelantado, o atrasado, en realidad han sido de esos días donde todas las horas son las 7 de la tarde, menos cuando se hace de noche. Entonces no son todas las horas, sino desde las 8 hasta las 8… más o menos, dale algo de márgen de error.

Ok, pero esa percepción de suelo mojado es la que tranquiliza más, o tal vez es todo lo contrario. En realidad es todo lo contrario, los días soleados son los más tranquilizadores y aletargadores, con el campo abierto, seco, sin la sutil incomodidad, inconveniente de mojarse, sales a cualquier parte a orear tus pensamientos. Estos días nublados son los que más inquietan. En ellos, bajo el dominio de las nubes, vuelves a sentir la totalidad del mundo. Es grandioso en un principio. El nacimiento de un montón de pensamientos es siempre reconfortante: de la contemplación de la corteza de los árboles plena de musgo y líquen por tanta agua, ver un verdor impresionante e inimitable, casi fosforescente, el más vivo posible, en las cortezas de los árboles, imaginas entonces la totalidad de la tierra HUMEDA COMO ENTRAÑA.. es grandioso sentirla así nuevamente. Aunque la imagen muera a pocos centímetros de la base del árbol, se funda entre concreto y piedras. Al final te reconcilias un poco con el concreto porque empieza su transformación al verde. Verde que te quiero verde, gitana flor, hasta las lápidas con epitafios se llenan de musgo. Inclusive algo de alegría y vida para los cementerios, pobres lugares tan tristes, ya ni los muertos se aguantan entre tanto muerto incómodo. Pues como no imaginarlos acostados en fosas irregulares, hechas al capricho de los vendedores del predio (una vez superados los 65 tal vez pienses en serio donde quieres quedar enterrado y vas a visitar el cementerio y compras tu pedazo de bienes raices ad infinitum, o hasta que suceda un cambio geomorfológico y un volcán vomite cuerpos, como si la tierra se revetara un barro enorme). Es al capricho de los vendedores porque ellos hacen la mercadotecnia, el desarrollo del producto: una fosa para enterrarte, y según vaya pasando el negocio de mano en mano, como siempre habrá muertos, habrá que rediseñar las parcelas de enterramientos. Hay muertos memorables, no se si será posible un empate técnico en estos tiempos entre los muertos que son recordados y de los que no quiere nadie saber nada.

En lo personal, eso de los cementerios no tiene ninguna simpatía para mí. En cambio comparto lo que Hundertwasser diseña: en vez de cementerios, bósques o selvas, un redireccionamiento de los recuerdos. Un muerto ad infinitum, esta vez acariciado y aprovechado siempre por las raices de un árbol. Reintegración en el ciclo de la vida. Una mentira más enseñada en los colegios: las monografías del ciclo de la vida [quisiera ir a la papelería más cercana y buscar a ver si todavía existen esos papelitos “didácticos” con imágenes del ciclo de vida de los pollos, anden polloi (lease poloi, pollos en un idioma que quiere ser griego pero no puede)]. El dilema eterno (o que solo dios sabe, o por supuesto, el buda contesta): quién fue primero: ¿el huevo o la gallina? Sin embargo, como a este tipo de monografias no les interesan entrar en las turbiedades del mundo para sacar algo transparente, te presentan ya el enigma “resuelto” con una gallina y unos huevos fínamente integrados en un ciclo que no alcanzas a interpretar donde empezó o donde termina. El huevo se rompió, se hizo pollito y luego gallo para pisar gallinas, o gallina para poner los huevos, que le hizo tener el gallo (bondades biológicas como el pisotón que le puede dar un gallo hasta 9 gallinas es obviamente omitido en estas majestuosidades monográficas, sin ellas el uso del pritt y las tijeras en las escuelas primarias descendería más de un 75%). El gallo o la gallina mueren y el campesino los enterrará, o bien los mata para comérselos: un corte fino en el cuello y déjalo de cabeza a desangrar, Tarantinos felices contemplando a las aves luchar contra la muerte, hasta que la última gota que le daba luz a sus ojos se les escurre por el cuello. (Una vez vi un lindo gatito contemplar un cuadro similar, en su mirada se reflejaba el gozo estético de la experiencia, pensé que era un animal que sin necesidad de contemplar el arte monográfico papeleresco entendía mejor que muchos el ciclo de la vida, o al menos se regocijaba harto en él). Ya bien sea que el pollo muere de viejo o es comido y posteriormente descomido por el o sus matones (aceptemos el hecho, hay mucha verdad en el dicho popular que me he tomado la libertad de aumentar: tanto peca el que mata la vaca, como el que le sostiene la pata, hasta el que después de comérsela, la hace caca), acabará deshaciéndose en el suelo… Propiedad única e inalienable de la Diosa Tlazoltéotl, gran madre que toma todas las inmundicias, los desperdicios y lo muerto, para dar vida a lo joven y limpio… ay ¿quién como las potencias del mundo? ¿quién?

Pero autorizándome el regreso al porqué prefiero un bosque y una selva a un cementerio es por esa vitalidad que se le otorga a la tierra, por esa humedad que mencionaba, COMO DE ENTRAÑA, como si fuera pulmón o intestino, rebosánte de vida bacteriana y microscópica, miles de milagros de vida en cada movimiento, en cada partícula de tierra. Por esto y algunas cosas más que se me escapan, me inquietan los días nublados como estos. El sonido omnipresente de nuestro género humano se atenua, cuando llueve, segúramente nuestras voces callan. Cuando no hay nubes como ahora, el ruido que hacemos se hace notable por encima de nuestras cabezas, es necesario tomar un avión o subir alto alto para que se dejen de sentir. Pero cuando llueve, el ruido se transforma en sinfonía de agua, por un momento somos de nuevo ese río que se mueve por dentro de la ciudad y de nosotros. Las nubes evitan que nuestros ruidos y nuestras tristezas salgan a la estratósfera y sean vistos por todos los que están más allá de ellas. Más allá de la luna se verá solamente un cúmulo de hermosas telas blancas, de un blanco inimitable. Las estrellas y su música suenan más fuerte, si el hombre lobo no sale y londres y parís tienen un encanto que flota en el aire es gracias a esas nubes, que durante esta semana, me han tenido harto inquieto. ¿Cuándo se hace la cena de Pentecostés? ¿Acaso un día como hoy? Hay quienes se dedican a velar, esperándo (pues la esperanza nunca muere, o muere al último). No estaría mal, pasar una noche despierto esperando a que algo tan impresionante como el reino del espíritu, sucediera.

3 commenti:

Darío Zetune ha detto...

Me interesa, me interesa. Nomás veo calendarios, fechas, dineros y demás, y me lanzo ganso.

Saludos.

pk ha detto...

Después de leer el texto contagiado con la prisa -quizá impaciencia- que derrama (aunque también encuentro un tono melancólico y un aire metafísico frío que indudablemente huele a muerte, a la de los demás y a la tuya -y qué con eso, Primus, qué vives ante las Lindes-) tomo una bocanada de aire y te dejo este pequeño comment con un abrazo.

Hay, eso sí, algunos detalles tu post, pero recupero algunas buenas frases como: "Imaginas la totalidad de la tierra, húmeda como entraña", o "sinfonía de agua", etc. Me quedo con varias.

Abrazo

Esteban ha detto...

Pues joven fortunato, a mi ambién me haría gustado más de una vez ser viento; sin embargo, más lejos estoy de usté: pareciera a veces que algo de ek o de eolo tiene usté, pues pocos hombres recorren dos veces por mes de la ciudad a la playa.
Un abrazo.